Jesús desciende al lugar de los
muertos y anuncia la salvación.
“Y
eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes
más bajas de la tierra? / El que descendió, es el mismo que también subió por
encima de todos los cielos para llenarlo todo.”
Efesios
4:9,10
Un gran silencio se cierne hoy sobre
la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque Jesucristo
ha muerto. Pero los cristianos decimos que “está durmiendo”. Sin embargo
distintos pasajes de la Escritura nos indican que se ha dormido y ha despertado
a los que dormían desde hace siglos...
El Credo Apostólico, formulado en el
siglo V, proclama que Cristo "descendió a los infiernos". Este
descenso no se refiere al Infierno propiamente tal sino al "sheol"
(nombre hebreo), "hades" (nombre griego) o “ínferos” (nombre latino) que significa "partes Inferiores".
Es el descenso de la parte espiritual de Jesucristo, ya separada del cuerpo por
la muerte.
En ese lugar esperaban las almas de
los justos muertos antes de Cristo. Allí estaban la multitud de hombres y mujeres
santos de la Antigüedad, como Abraham, Isaac, Jacob, Rut, Sara, Moisés, David,
etc. esperando la salvación. El propósito de Cristo al descender al lugar de
los muertos fue liberar a los justos anunciándoles la salvación.
Jesús no bajó para liberar a los
condenados ni para destruir el infierno de la condenación, sino para liberar a
los justos que le habían precedido.
Los Evangelios nada dicen sobre esto
sucedido entre la muerte de Cristo y Su resurrección. Son los apóstoles Pedro,
Pablo y Juan quienes nos hablan de ello en los siguientes textos.
El día de Pentecostés, así se refiere el
apóstol Pedro a Jesús: “al cual Dios
levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese
retenido por ella.” (Hechos 2:24) La muerte no podía retener
en el Sheol o lugar de los muertos al Salvador, por tanto este se levantó en
cuerpo, alma y espíritu, y resucitó.
También dice que el rey David “viéndolo antes, habló de la resurrección de
Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción.”
(Hechos 2:31) Este rey de la
Antigüedad hebrea tuvo una visión del Cristo que se levantaba del lugar de los
muertos, no sufriendo su cadáver descomposición.
San Pablo escribe acerca de una región
de los muertos, un submundo debajo de la
tierra que también hubo de reconocer el señorío de Jesucristo: “para que en el nombre de Jesús se doble
toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la
tierra;” (Filipenses 2:10)
En
su primera carta Pedro es más explícito en cuanto a esta última misión del
Salvador en el lugar de los muertos, cuando explica: “18 Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el
justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la
carne, pero vivificado en espíritu; / 19 en el cual también fue y predicó a los
espíritus encarcelados, / 20 los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una
vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el
arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua.” (1
Pedro 3:18-20)
Jesús
conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de
los muertos. Pero descendió como Salvador proclamando la buena nueva a los
espíritus que estaban allí. El descenso es el pleno cumplimiento del anuncio
evangélico de la salvación; es la última fase de la misión mesiánica de Jesús.
Esta misión implica dos cosas: a) Anunciar libertad a los justos que se
encontraban en el Sheol; y b) Proclamar a los “espíritus encarcelados” o
ángeles desobedientes, Su victoria definitiva sobre Satanás. Jesús liberó sólo
a los justos, ya que por principio mientras hay vida hay esperanza, no después
de ella, y después de la muerte sólo hay juicio.
Jesucristo bajó a las profundidades de
la muerte para que los hombres justos muertos oyesen la voz del Hijo de Dios y
vivieran. Jesús, dador de vida, aniquiló al Diablo y libertó a cuantos, por
temor a la muerte, estuvieron sometidos a la esclavitud del pecado. En
adelante, Cristo resucitado tiene las llaves de la muerte y del Hades: “y el que vivo, y estuve muerto; mas he
aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la
muerte y del Hades.” (Apocalipsis
1:18)
Este último pasaje que
citaremos se refiere a que Cristo le arrebató al diablo la autoridad que tenía
sobre los millones de almas del Antiguo Testamento cuando descendió al Hades: “Y eso de que subió, ¿qué es, sino que
también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? / El que
descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para
llenarlo todo.” (Efesios 4:9,10)
La Palabra de Dios
dice que el Señor descendió a las partes más bajas de la tierra para liberar a
los justos de la Antigüedad y proclamar que Satanás fue vencido y humillado por
Él, que en Su resurrección habría de subir vencedor al trono de Dios.
Valoremos la
magnífica obra de Jesucristo, quien se preocupó no sólo de las personas de su
época, predicándoles el Evangelio de amor y salvación, sino que también de los
que antes de Él habían buscado y obedecido sinceramente a Dios. Pero, además, Su
mensaje es para todas las generaciones posteriores, hasta nuestros días. Ya no
es necesario que Jesús ni nadie vayan al Sheol para salvar almas, pues todos han
tenido alguna vez en la vida la oportunidad de escuchar el Evangelio.
Queridos hermanos: Es muy importante
que transmitamos pronto a nuestras familias y amistades el mensaje de Jesús, ya
que la oportunidad es en esta vida. Después de la muerte sólo espera el juicio.
Jesús ya bajó al lugar de los muertos y ahora está en los cielos. Cuando Él
vuelva ya no lo hará como Salvador sino como Rey y Juez. Hoy es el día de creer
y alcanzar salvación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario