viernes, 29 de marzo de 2013

VIERNES SANTO.


 
Prisión, interrogatorios de Herodes y Pilatos,
flagelación, crucifixión y muerte de Jesús.
 

“20 Pero los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud que pidiese a Barrabás, y que Jesús fuese muerto. / 21 Y respondiendo el gobernador, les dijo: ¿A cuál de los dos queréis que os suelte? Y ellos dijeron: A Barrabás. / 22 Pilato les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado! / 23 Y el gobernador les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado! / 24 Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros. / 25 Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos. / 26 Entonces les soltó a Barrabás; y habiendo azotado a Jesús, le entregó para ser crucificado.”

San Mateo 27:20-26
 

El viernes por la mañana los principales sacerdotes y ancianos del pueblo entraron en consejo contra Jesús para entregarle a muerte. Le llevaron atado y le entregaron al gobernador Poncio Pilato, quien le preguntó si él era el Rey de los judíos. El Maestro no lo negó. Pilato entonces le dijo: ¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti? Jesús permaneció en silencio ante la perplejidad del gobernador.

En el día de la fiesta se acostumbraba soltar al preso que el pueblo quisiese. Había uno famoso llamado Barrabás. Pilato entonces preguntó al pueblo: “¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás, o a Jesús, llamado el Cristo?” Los sacerdotes y ancianos persuadieron a la multitud que pidiese a Barrabás, y que Jesús fuese muerto. La multitud pidió a Barrabás, a lo que el gobernador preguntó: “¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?” Todos le dijeron: “¡Sea crucificado!”

Pilato tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: “Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros.” Todo el pueblo, dijo: “Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos.” Así fue soltado el malo, Barrabás, y condenado a muerte el bueno, Jesús, luego de hacerle azotar.

El miedo y la envidia por el poder divino desplegado por Jesús entre el pueblo, movió a los líderes judíos a perseguir y buscar la eliminación del Maestro Jesús. De acuerdo a sus leyes no podían matarle por sus propias manos, pero sí podían influir en las autoridades romanas para que lo hicieran. Su hipocresía y cobardía les condujo ante Poncio Pilato. Pero éste habría de ser igualmente cobarde.  La acusación que los religiosos hacían contra Jesús era la de blasfemia, por haberse declarado el Hijo de Dios y Mesías; pero a la autoridad civil romana presentaron el cargo de que se declaraba Rey de los judíos, siendo que Roma tenía instalado al rey Herodes en Judea.

Jesús era el “Rey” de los judíos en el sentido bíblico que lo señala la Escritura cuando Isaías 33:22 profetiza: “Porque Jehová es nuestro juez, Jehová es nuestro legislador, Jehová es nuestro rey; él mismo nos salvará.” Jesús no se defendió pues debía cumplirse la Escritura que dice también en Isaías 53:7 “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.” Sus enemigos no le quitaron la vida, sino que Él entregó su vida a los enemigos, por amor a la Humanidad pecadora.

Entre el santo y el pecador, la multitud prefirió a Barrabás, el asesino. Jesús moriría también por él y por todos sus enemigos. Murió crucificado el Justo por los injustos.  Ante la pregunta de Pilato, la gente pidió la libertad del preso pecador y la muerte del preso Jesús. Éste fue apresado por nosotros. Cada uno de nosotros debía haber estado allí porque somos reos culpables delante de Dios y Su Ley. Nosotros robamos, mentimos, matamos, adulteramos, codiciamos, blasfemamos, idolatramos y cometemos todo tipo de ofensas contra la santidad de Dios cada día. Sin embargo Cristo-Dios nos amó y se puso en nuestro lugar.

¡Crucifícalo! gritó la multitud, instigada por los líderes religiosos. Lo sigue haciendo hoy en día la gente cuando se burla del que es diferente o discapacitado, cuando menosprecia al ignorante, cuando es indiferente al pobre y al que sufre, cuando discrimina y rechaza a su prójimo, cuando pone en ridículo a la religión, cuando deja a Dios fuera de las escuelas y las leyes, cuando no cumple los Diez Mandamientos… ¡Crucifícalo! retumba el vocerío de esta sociedad pagana en que vivimos, cuando no se respetan valores morales ni espirituales y a ellos se antepone la violencia, la grosería y la blasfemia.

Pilato, manchadas sus manos con sangre inocente, quiso lavar su conciencia no asumiendo su responsabilidad y achacando la culpa a la multitud. No aceptar que Jesucristo tomó nuestro lugar, pensando que sólo hizo un acto heroico e inútil, al modo de un héroe que muere por un ideal, es una falacia.  Significa que no hemos entendido el sentido real de su muerte. Nosotros somos los culpables ante el tribunal de Dios, quienes merecíamos la muerte. Jesús vino para salvarnos de esa condenación y tomó nuestro lugar. No seamos como Poncio Pilato y aceptemos la culpa. Pidamos perdón a Dios y aceptemos el sacrificio de Jesús para que su sangre bendita nos limpie y de la absolución.

Queridos amigos, familiares y hermanos: ¿Cuántas veces hemos escuchado estas palabras? Probablemente en varias ocasiones, pero hasta ahora no habíamos tomado conciencia de su gravedad. Deseo invitarles a hablar con Jesús personalmente en la intimidad, a solas con Él. No importa las palabras que usen, lo importante es que sean sinceras. Exprésenle a Él su arrepentimiento por las muchas veces que le hemos ofendido; díganle que desean Su perdón y que le entregan la vida para ser, de ahora en adelante, sus más fieles seguidores. ¡Qué puedan iniciar una fructífera amistad y profunda relación con el Salvador!

 

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